El Día de Muertos es una celebración tradicional mexicana desde los tiempos prehispánicos que honra a los muertos, cuya práctica estuvo presente en distintas culturas como la totonaca, mexica, purépecha y maya. Tiene lugar los días 1 y 2 de noviembre.
El 1 de noviembre es para recordar a los niños o “muertos chiquitos”. Por otro lado, el 2 de noviembre es dedicado a los Fieles Difuntos, que son los adultos.
En esta celebración la muerte no representa una ausencia sino una presencia que se materializa en el altar ofrecido a los difuntos, según las creencias, este día es el retorno de las almas de los difuntos, quienes regresan al mundo de los vivos para convivir con sus familiares.
Este día se encuentra lleno de flores de cempasúchil, catrinas, altares, colores, cánticos, comidas tradicionales y todo el amor que enarbola a los mexicanos por sus queridos difuntos.
En algunas comunidades indígenas, la celebración transcurre en los cementerios adornando las tumbas, realizando ofrendas sobre las lápidas o, incluso, limpiando los huesos.
En 2003, la UNESCO distinguió la festividad de Día de Muertos como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad, definiendo la celebración como una expresión tradicional integradora, representativa y comunitaria.
Las categorías de ‘patrimonio cultural inmaterial o ‘patrimonio vivo’ son utilizadas por el organismo internacional para englobar a las prácticas, expresiones, saberes o técnicas que son transmitidas por las comunidades de generación en generación.
“El patrimonio inmaterial proporciona a las comunidades un sentimiento de identidad y de continuidad: favorece la creatividad y el bienestar social, contribuye a la gestión del entorno natural y social y genera ingresos económicos. Numerosos saberes tradicionales o autóctonos están integrados, o se pueden integrar, en las políticas sanitarias, la educación o la gestión de los recursos naturales”, explica la UNESCO.
Los objetivos de incluir alguna festividad o tradición en esta lista son: concientizar al público sobre la importancia del patrimonio oral e inmaterial y la necesidad de salvaguardarlo; evaluar y documentar este patrimonio; alentar a los países a crear inventarios nacionales y adoptar medidas jurídicas y administrativas para protegerlo; y fomentar la participación de artistas tradicionales e intérpretes locales en la definición y revitalización de su patrimonio inmaterial.
La riqueza de esta manifestación de la cultura mexicana es tan basta, que es por esta razón que la UNESCO la inscribió en su Lista del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, definiéndola como una expresión tradicional integradora, representativa y comunitaria.
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